sábado, 14 de mayo de 2016

LA AGONÍA DEL VOTO.
Los  hechos nos demuestran, lo que las normas no aclaran.
Los hechos nos demuestran, lo que las palabras esconden.
Los hechos nos demuestran, lo que las ideas no dicen.
Los hechos nos demuestran la verdad, las inconfundibles “verdades de hecho”, ya que las verdades de hecho no exigen demostración, dado que son demostración en estado puro.
Y es esa la demanda actual: predicar con el ejemplo. No me lo digas, sino que has hecho.
Primero decimos y luego hacemos. Hacemos una interpretación de lo que decimos. Una interpretación o mala interpretación según se mire. Dicha interpretación será legal, ajustada a derecho, pero no a ideología, no a creencia, no a ideario. Es la falsificación de la idea, su prostitución por el pragmatismo o reconversión por la razón de ganar votos y que en último término lleva a la desaparición del voto.
Más vale primero hacer y luego decir, sino pasa lo que pasa, visto lo visto: desilusión, frustración de lo que creía, de lo que soñaba. Surge entonces la duda, de la compra de un billete a lugar llamado “ninguna parte”, a más de lo mismo, bajo otro formato y en otro contexto, pero al fin y al cabo, más de lo mismo.
¿Quedarse? O ¿rendirse? Eh, ahí, la duda.
¿Es posible la reconducción? Mientras tanto los “que hay de lo mío”, esperan y entre tanto, los crédulos se van yendo conforme la ceguera desaparece, como los toros que descubren el embuste del torero. Y la pregunta es ¿Quién queda?
La valoración de los hechos “políticos” por parte de la ciudadanía es la contrastación y evaluación entre lo predicado y lo realizado. El resultado todo los conocemos, vivimos en esta realidad, la sentimos y la padecemos. Es la quiebra del sistema de partidos políticos de la neorestauración borbónica. Felipe VI no le vale ser capitán general de los ejércitos. Ya no vale Cánovas.  Ser rey en 2016, no es hacer lo que hacía su padre en 1982. El jefe de estado tiene que asumir el control de los órganos que están al servicio del estado (de supervisión y control) y que hoy día controla el gobierno y que conlleva la degeneración democrática que padecemos. ¿Puede hacer ese trabajo, la monarquía? La respuesta es obvia. Estado democrático implica Estado elegido en modo transparente y no heredado, donde se visualice de los procesos de decisión política por parte de la mirada ciudadana.
Eso es la nueva política bajo el paraguas de primero hacemos y luego decimos.
Estamos cansados, necesitamos implantes (reformas) y ponerlos en funcionamiento (implementación) en nuestra constitución o de lo contrario, si dejamos pasar más tiempo,  no será posible injertar los cambios y se abrirá un proceso constituyente o sea el debate de un nuevo Estado.
Francisco Anaya Berrocal, en Málaga a 12 de mayo de 2016.

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