sábado, 27 de agosto de 2016

CIUDADANO EJEMPLAR

Ciudadano ejemplar hablaba  muy bien y mejor escribía. No siempre se le entendía, pero se le sentía; era la conciencia de la Comunidad, el marcador y censor de lo que estaba bien y de lo que estaba mal y eso le generaba que los mandamases, lo marginaran y lo mantuviesen en el ostracismo del anonimato, de manera que no se sabía de donde procedían esas voces, que tanto gustaba leer al respetable, en cuanto formalizaba con sus escritos, lo que estaba en la atmosfera de la comunidad y eso, concretamente eso, lo hacía como nadie. Había nacido y crecido para hacer eso: contador de historia.
Como él mismo decía: seguía en la comunidad, por la experiencia vital que le reportaba, por ese conjunto de experiencias que era el granero o almacén, donde surtirse de tinta su pluma. Y su pluma era su vida, era su terapia rehabilitadora para evadirse de su realidad y seguir viviendo. ¿Pero para que seguir? Se planteaba a veces, cuando la duda, le carcomía las entrañas. Había conocido gentes, situaciones y realidades, que de otro modo, no la hubiese conocido, que jamás hubiese conocido. Su pertenencia a la Comunidad era lo que se lo posibilitaba y ahora, en el ahora presente, no le carcomía la duda, sino los indicios que le señalaban y le acusaban como traidor a la causa, como desleal miembro de la Comunidad. Y todo ello era perpetrado por los verdaderos traidores que abonaban así, el terreno para argumentar su destierro de la Comunidad. Ese debate en sus entrañas, sobre la posibilidad de que lo expulsasen, le origino la incipiente exploración de otros mundos fuera de la Comunidad; allí más allá de la frontera y en esa posibilidad de seguir nutriéndose de experiencias vitales para alimento de su pluma, seguía  continuando su exploración.  
¿Cuáles eran los indicios para su expulsión? Había explicado, con su peculiar narrativa, como se conectaba la compra de la voluntad o voto por medio de la subordinación a los intereses particulares, “del  que hay de lo mío”, generando un regimiento de súbditos, que se conducían  como correa de transmisión, como correveidiles. Se votaba por lo que convenía personalmente en función de la posición que se ocupaba en la Comunidad y “eso”, los mandamases lo sabían y actuaban en consecuencia, al objeto de mantenerse en la poltrona; de modo que cuando algún correveidile tomaba conciencia de su rango de súbdito y se alzaba en rebeldía, era expulsado por tóxico, al objeto de no infectar o contaminar al resto de correveidiles de la buena nueva que habían traído sus averiguaciones.
De hecho el que no hubiese sido desterrado ya, obedecía a su ínfimo rango como súbdito que hacía que sus ensoñaciones no tuviesen alcance y conocimiento por parte de la Comunidad y quedase reducida su difusión a un pequeño coto de súbditos con conciencia, pero que no dejaban de ser súbditos. Y es que el problema no era que te mintiesen, que lo era, sino la incapacidad de no poner coto, de saber que te engañaban y de no solo no poder remediarlo, sino de avisar a los demás, que se avisaba pero no te creían, en cuanto que ciudadano ejemplar y los suyos sabían describir la realidad de la comunidad, pero no sabían transformarla y eso, precisamente eso, lo sabían hacer y muy bien para mal y quebranto de todos, los mandamases: actuar en el seno de la comunidad para beneficio y aprovechamiento personal.
FRANCISCO ANAYA BERROCAL, EN MÁLAGA A 27 DE AGOSTO DE 2016.



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