domingo, 11 de septiembre de 2016

RELATO DE NUESTRO TIEMPO:” las ideas muertas”

Tras un silencio demoledor, nuestro ánimo  contrariado y aniquilado es presa de la desolación. Todo aquello en lo que creíamos se va desmoronando paulatinamente, la tristeza se va apoderando de nuestro sentir. Nos habían prometido lo que no podían cumplir, distribuían lo que no había, despilfarrando lo que íbamos a necesitar en un acontecer cercano y sin embargo, seguíamos cegados por esas” ideas muertas”, que al fin y al cabo nos daban seguridad y certidumbre ante tanto cambio.
No cabía la menor duda, que si teníamos el poder de cambiar las cosas, queríamos hacer cosas para cambiarlas, pero no era verdad. Era todo un espejismo, porque optar era cerrar opciones y queríamos tener todas las ventanas abiertas, por eso de la pluralidad y lo políticamente correcto, frase ya manía.
No queríamos elegir, así y aunque había mucha gente que votaba, se había llegado al contubernio de que el cuenteo y recuento del voto se tradujera en resultados relativos, de modo que llegábamos a la conclusión de que no sabíamos ya lo que estaba bien o lo que estaba mal o dicho en términos corrientes: no sabíamos quienes ganaban, quienes perdían; eso sí, todos decían que habían ganado o sea todos eran políticamente correcto.
En eso llegaron los correveidiles diciendo que  la existencia de votaciones no acreditaba por si sola la existencia de democracia y máxime cuando” los que hay de lo mío”  pedían el voto a los pobres para protegerlos de los poderosos, tras pedirles a éstos,  dinero para defenderlos  de los  primeros.
La política era una epidemia  convertida en un azote de Dios, donde nos contaban las cosas como queríamos escucharlas y pagábamos por ello. En definitiva pagábamos para confundir la realidad con la ficción y los actores de la comedia eran los correveidiles. Era una comedia dell arte,  a Moliere no se le esperaba.
En ese marasmo dejábamos de creer y con ello de crear y el inmovilismo hacía resurgir el medievo coetáneo y con ella la esclerosis social que nos atrofiaba y nos inundaba de esa tristeza de no poder hacer nada, porque vendrían más correveidiles y las “ideas muertas” nos seguirían gobernando.
Los correveidiles trazaban un mapa mental, que les servía de itinerario o marco de respuestas a las contingencias sociales que surgían y que requerían la exportación  de un posicionamiento en la geografía mental de nuestros electores. A esto último llamaban demandas sociales y a lo anterior: política. De dicho maridaje brotaba el relato de nuestro tiempo.
Los racionalistas querían orden y disciplina o sea guión y por tanto todo formalizado, sin sujeción a la improvisación manierista, eran los emergentes.
Tantos unos como otros necesitaban público o electorado y este último no se daba cuenta o no quería darse cuenta, “por eso de vivir sin darse cuenta”, que no necesitaban actores ni comedia, que realidad y ficción eran imaginarias de un multiuniverso donde el público podía ser electorado, podía ser “el respetable”, podía ser la demanda, podía ser ……..con tal que se inflamara de ideas muertas.
En el horizonte, uno de los correveidiles no veía la sincronización de discurso y obra, como la mirada lejana que confunde la mar océano con el cielo infinito y su grito desgarrador, en el silencio demoledor, se perdía en la desolación de las ideas muertas.

Francisco Anaya Berrocal, en Málaga a 11 de septiembre de 2016.

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