RELATO DE NUESTRO TIEMPO:” las ideas muertas”
Tras un silencio demoledor, nuestro ánimo contrariado y aniquilado es presa de la
desolación. Todo aquello en lo que creíamos se va desmoronando paulatinamente,
la tristeza se va apoderando de nuestro sentir. Nos habían prometido lo que no
podían cumplir, distribuían lo que no había, despilfarrando lo que íbamos a
necesitar en un acontecer cercano y sin embargo, seguíamos cegados por esas”
ideas muertas”, que al fin y al cabo nos daban seguridad y certidumbre ante
tanto cambio.
No cabía la menor duda, que si teníamos el poder de cambiar
las cosas, queríamos hacer cosas para cambiarlas, pero no era verdad. Era todo
un espejismo, porque optar era cerrar opciones y queríamos tener todas las
ventanas abiertas, por eso de la pluralidad y lo políticamente correcto, frase
ya manía.
No queríamos elegir, así y aunque había mucha gente que
votaba, se había llegado al contubernio de que el cuenteo y recuento del voto
se tradujera en resultados relativos, de modo que llegábamos a la conclusión de
que no sabíamos ya lo que estaba bien o lo que estaba mal o dicho en términos
corrientes: no sabíamos quienes ganaban, quienes perdían; eso sí, todos decían
que habían ganado o sea todos eran políticamente correcto.
En eso llegaron los correveidiles diciendo que la existencia de votaciones no acreditaba por
si sola la existencia de democracia y máxime cuando” los que hay de lo mío” pedían el voto a los pobres para protegerlos
de los poderosos, tras pedirles a éstos, dinero para defenderlos de los
primeros.
La política era una epidemia
convertida en un azote de Dios, donde nos contaban las cosas como
queríamos escucharlas y pagábamos por ello. En definitiva pagábamos para
confundir la realidad con la ficción y los actores de la comedia eran los
correveidiles. Era una comedia dell arte,
a Moliere no se le esperaba.
En ese marasmo dejábamos de creer y con ello de crear y el
inmovilismo hacía resurgir el medievo coetáneo y con ella la esclerosis social
que nos atrofiaba y nos inundaba de esa tristeza de no poder hacer nada, porque
vendrían más correveidiles y las “ideas muertas” nos seguirían gobernando.
Los correveidiles trazaban un mapa mental, que les servía de
itinerario o marco de respuestas a las contingencias sociales que surgían y que
requerían la exportación de un
posicionamiento en la geografía mental de nuestros electores. A esto último
llamaban demandas sociales y a lo anterior: política. De dicho maridaje brotaba
el relato de nuestro tiempo.
Los racionalistas querían orden y disciplina o sea guión y
por tanto todo formalizado, sin sujeción a la improvisación manierista, eran
los emergentes.
Tantos unos como otros necesitaban público o electorado y
este último no se daba cuenta o no quería darse cuenta, “por eso de vivir sin
darse cuenta”, que no necesitaban actores ni comedia, que realidad y ficción
eran imaginarias de un multiuniverso donde el público podía ser electorado,
podía ser “el respetable”, podía ser la demanda, podía ser ……..con tal que se
inflamara de ideas muertas.
En el horizonte, uno de los correveidiles no veía la
sincronización de discurso y obra, como la mirada lejana que confunde la mar
océano con el cielo infinito y su grito desgarrador, en el silencio demoledor, se perdía en la desolación de las ideas
muertas.
Francisco Anaya Berrocal, en Málaga a 11 de septiembre de
2016.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio