MEMORIAS DEL ÚLTIMO ESPAÑOL DE ESPAÑA: 5
Federico aspirante a play-boy frustrado y apolillado por el
paso de los años, leía para entretenerse al tiempo que elucubraba cuentos,
historias y contra historias que aspiraban como él, a alojarse en el cementerio de los libros
olvidados. La no aceptación de un destino, de esa lucha que le envuelve, la no
resignación, de aceptarlo como algo
inevitable, le hace pasar por la vida de manera necesariamente insatisfecha, cuya
represión,( la insatisfecha), le conllevaba un vivir atormentado, soportando una existencia evadida de su realidad
mediante una embriaguez mental disfrazada de etílica.
Asomado a la ventana de su casa veía pasar la gente
recorriendo la calle y al tiempo veía pasar la vida como si no fuera con él. En
último término pareciese que el transcurrir lánguido y perezoso de su vida no
fuera con él y se tratase de otro u que tuviese
un sinfín. Por molestarle, le molestaban hasta sus personajes y ese
malestar informaba y se traslucía en su obra, de un poder no hacer nada, que el mismo resumía como abulia y desidia,
esperando un no sequé que estaba ya (el no sequé) agotándose y que
supondría la implosión.
Le dijeron que había dicho una mentira, cierta o no, el caso
era que en ese trance se medía su honorabilidad y ello le desconcertaba, pues
no alcanzaba a comprender como le podían decir eso. No obstante y en medio del naufragio iban en la barca a
tope, de modo que no cabía la posibilidad de albergar a nadie más, cuando
vieron más náufragos que se ahogaban y solicitaban auxilio ante el eminente
peligro de muerte que les perseguía y que querían extender a los de la barca.
La mentira según se viese era falta de conocimiento, de capacidad de alojamiento de la barca o falta de sensibilidad y socorro.
El caso era que recoger una persona más
era hundir la barca y ante ello vieron
como se ahogaban, salvo Federico que en ese momento se despertó. Pensó se
habrán salvado, al menos recogerían a uno por el peso que él suponía. No quiso
averiguarlo, porque ello suponía adentrarse en el sueño y con ello el
ahogamiento de todos los que concurrían en la barca al incorporarse él y con
él, su peso.
Federico pensó que lo mejor para olvidar el sueño, era coger
un buen libro y ponerse a leer, lo cual hizo; por lo que les paso, yo, el autor
a narrar lo que leía Federico:
Hoy he soñado que el mundo era tal como lo había
soñado. Que era tal como lo había escrito, tal como había reinventado la
Historia, ya que me dedico, en mis imaginarias a modificar el curso de la Historia,
según mi idealismo. Pero me desperté y quería seguir soñando, ya que no me
gustaba lo que veía, lo que sentía, lo que acontecía al mí alrededor. ¿Cómo
podía cambiarlo? Soñando tal vez. ¿Podemos cambiar el curso histórico o
inevitablemente se producirá? ¿Es la voluntad de dominar la Historia, de la
realidad que nos envuelve, la condición necesaria para abatir el curso
histórico? O por el contrario ¿es la noluntad, la clave? El no hacer nada y
permitir, que se desarrollen en su plenitud las contradicciones del sistema en
que vivimos, para así, poder pasar a otro estadio histórico, de modo que el
tiempo no pase sino que de vueltas en redondo como decía el autor de “los
Buendía”.
Federico mientras leía se le ocurrió infiltrarse en la mente
del autor, al objeto de preguntarle cómo se resolvía su sueño, el del problema
de los ahogados; pero luego retrocedió al apreciar que el referido autor, lo
que le hacía eran preguntas que le
generaban más incertidumbres y él lo que quería, era encontrar la
verdad, hallar certezas. Federico por no saber, no sabía ni encontrarse a sí
mismo, de modo que se sumergía de nuevo en el mundo por él inventando con la intención de al menos allí si podría
mandar y dominar, ya que era lo que le hacía feliz. No se trataba de reproducir
sus genes vía espermatozoides, sino de reproducir sus ideas hechas realidad. Y
en ese mundo al menos él lo escribía.
De pronto le llego una noticia que lo aturdió. Su mundo
imaginario lo estaban leyendo.